Corría el año 2000 y Bjork le hacía escuchar a Tom Yorke a sus coterráneos los Sigur Ros. El cantante de Radiohead no solo aprobó la banda, también los invitó a compartir escenario. Por aquel entonces estaban presentando Kid A.
Para una banda islandesa que recién empezaba y con apenas dos discos editados esto era algo impensado. Ese segundo disco de Sigur Ros no solo sorprendió a Tom Yorke, también al resto de sus colegas, a la prensa y a todos los oyentes de ese rock melancólico muy bien llevado a cabo por Yorke y los suyos.
Ha pasado el tiempo y la escena está repleta de bandas pos Radiohed, sin embargo ese disco de Sigur Ros sigue siendo un caso aparte. Cantado en una mezcla entre el ingles y un idioma autóctono de Islandia, tan extraño como maravilloso, el disco no deja de sorprender y de causar sensaciones que ni Coldplay, Travis o Keane pueden llegar a emular. Es más, ni se le acercan. El disco está plagado de paredes sonoras -construidas por cuidadas líneas de cuerdas, sintetizadores moog, etc- que junto a la voz (funciona como un instrumento más) van marcando un paso por demás armonioso que pareciera no dirigirse a ninguna parte y sin ninguna prisa. Las canciones de Sigur Ros parecen venir desde el fondo del mar. Ejecutadas desde un submarino que le sirve al hombre de la Atlántida de refugio para pasar cualquier invierno. Luego de este disco los Sigur Ros volvieron a las andadas, pero nunca salieron tan airosos. Por estos días me he encontrado nuevamente con el disco, y como el hombre de la Atlántida, podría quedarme horas escuchándolo sin prestarle ya más atención a otro tipo de sonoridades.
Para una banda islandesa que recién empezaba y con apenas dos discos editados esto era algo impensado. Ese segundo disco de Sigur Ros no solo sorprendió a Tom Yorke, también al resto de sus colegas, a la prensa y a todos los oyentes de ese rock melancólico muy bien llevado a cabo por Yorke y los suyos.
Ha pasado el tiempo y la escena está repleta de bandas pos Radiohed, sin embargo ese disco de Sigur Ros sigue siendo un caso aparte. Cantado en una mezcla entre el ingles y un idioma autóctono de Islandia, tan extraño como maravilloso, el disco no deja de sorprender y de causar sensaciones que ni Coldplay, Travis o Keane pueden llegar a emular. Es más, ni se le acercan. El disco está plagado de paredes sonoras -construidas por cuidadas líneas de cuerdas, sintetizadores moog, etc- que junto a la voz (funciona como un instrumento más) van marcando un paso por demás armonioso que pareciera no dirigirse a ninguna parte y sin ninguna prisa. Las canciones de Sigur Ros parecen venir desde el fondo del mar. Ejecutadas desde un submarino que le sirve al hombre de la Atlántida de refugio para pasar cualquier invierno. Luego de este disco los Sigur Ros volvieron a las andadas, pero nunca salieron tan airosos. Por estos días me he encontrado nuevamente con el disco, y como el hombre de la Atlántida, podría quedarme horas escuchándolo sin prestarle ya más atención a otro tipo de sonoridades.
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