Hace años que el recorrido nocturno en Chascomús es de aburrido para abajo. Hace años que uno debería haber colgado los guantes de bolichero trasnochado y dedicarse a sentir el fulgor del peso específico de la noche en habitaciones semi oscuras, como un vampiro que ya ha bebido demasiado sin satisfacer siquiera una mínima pizca de locura. O bien dedicarse –como Robert Waytt- a dormir profundamente.
Sin embargo uno sigue saliendo. Tal vez sea para encontrarle un sentido al sábado por la noche. O para decirle a un amigo cuanto lo quiere. O para confirmar que todo está irreversiblemente acabado. O simplemente para evitar ver una vez más esa puta película.
No lo sé. Debe haber algo en el aire que nos hace salir sábado tras sábado –sabiendo las nefastas consecuencias- y nos condena a una triste eternidad en la ciudad ausente.
Como se puede explicar tanta plata (mal) gastada en todos estos años, tanto daño causado a nuestros oídos... Recuerdo cuando éramos más jóvenes y un amigo decía que encarar una chica en Chascomús es como un salto al vació sin paracaídas. “La chica le hace comer obleas toda la semana a su padre para poder salir el sábado, y cuando vos te acercas te dice que no a todo”, decía mi amigo lamentándose. Así y todo uno seguía saliendo porque no perdía las esperanzas. Seguir haciéndolo hoy es uno de los más perversos actos de masoquismo. Pero aquí estamos, en la noche.
Centro de la ciudad, concentración de masas. Salgo de un boliche y subo a otro, el nombre es tan grasa que no me animo a escribirlo. Tengo puesta una gorra (negra) parecida a la que tiene Bob Marley en la portada de Rastaman Vibration. La gorra es el motivo por el cual no puedo entrar al boliche. Pregunto a “seguridad” que puedo hacer al respecto. Me dicen que de ellos no es el problema lo que me hace pensar que tengo un problema. Me saco la gorra y la dejo en el auto de un amigo. Subo al boliche luego de haber pagado diez pesos. En el interior del mismo puedo hacer algunas observaciones: la consumición es una vaso (de plástico) de la cerveza antisponsor oficial del mundial, la decoración roza lo kisch, la música es deprimente y no tienen wisky Johnnie Walker etiqueta negra. En los bafles bailan dos minas, se besan. No es lesbianismo gratuito, ojalá, es la promoción de una marca de preservativos, creo. Cuando salgo del boliche recuerdo una canción del disco Rastaman Vibration que se llama Who the cap fit. Reza algo así como: al que le quepa la gorra que se ponga.
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