Hay que ser contundentes respecto a ciertas decisiones que se están tomando a vísperas del fin de año. Recientemente se aprobó el cambio de zonificación de la zona complementaria, haciendo un retroceso ilógico que las vuelve a convertir en zonas rurales. ¿Porqué? Es una pregunta de mucho filo y contradictorias respuestas que nuevamente evitan el diálogo, el consenso y la razón.
¿Qué pasa entonces con este cambio de zonificación? Es muy sencillo, a partir del nuevo trazado de la vía los terrenos pasan a ser rurales, con lo que se da permiso para proyectos de urbanizaciones especiales como los clubes de campo y los barrios cerrados. ¿Cuál es el dilema? Que estos tipos urbanísticos tienen dudosa procedencia y ya han cosechado demasiados fracasos como para que, ahora, se intente seguir propagando este mal. Desde una vista aérea, estos “barrios” producen manchas que bien visto como un médico que analiza una muestra de sangre podría llamarlas un virus o cáncer maligno.
Es que, de acuerdo a nuestra historia y tradición, estos sistemas urbanísticos en nada responden a lo que nuestra región requiere. De hecho, ignoran tantos temas que inmediatamente convierten sus límites en barreras de fuerte impacto, tanto social, urbano y ambiental. Segregación, discriminación, ilegalidad y futuros problemas solamente han traído todos los ejemplos que hoy colman el norte del conurbano bonaerense, desde Tigre a Pilar. Esto es lo que ahora, mediante este cambio de normativa, se está invitando a “vender” en suelo de nuestro partido. Suelo con una rica historia, una marcada tradición y una forma de hacer las cosas que hace bastante tiempo se viene ignorando.
Esta medida termina “descuartizando” lo poco de colonial que queda en Chascomús y sus alrededores, pues el impacto que producen estos complejos atropella y demanda tanto del entorno inmediato que termina socavándolo y saturándolo a niveles negativos ya conocidos y demostrados. Autopistas, villas miseria, inseguridad y un redundante mal negocio a largo plazo son algunos de los puntos que prácticamente garantizan estas medidas. Y ahí entramos en la diyuntiva de lo que depara el progreso. Porque si “progresar” genera irregularidades de todo tipo, problemas de divergencia social y caos entonces es preferible no invitarlo a entrar.
Todos queremos que Chascomús crezca y evolucione, pero hay que intentar que eso suceda de manera favorable a todos. Esto es lo que se está dejando de lado, en vísperas de fomentar un formidable negocio que de hecho nadie sabe si será así.
Personalmente no voy a dejar de trabajar como arquitecto si todos los pedidos que me llegan son para estos barrios cerrados, pero como arquitecto debo comunicar que hay errores severos que estamos cometiendo por negligencia.
Ahora bien, al comunicar esto ya reiteradas veces dejo en claro que la negligencia no viene de mi parte ni de muchos colegas que han aplaudido ciertas decisiones, hoy obsoletas, del Consejo Deliberante mostrándose al menos extremadamente preocupados por la forma drástica y poco revisada en la toma de decisiones a nivel urbano.
Para entrar en detalle y justificar lo hasta ahora expuesto, inmediatamente hago referencia al vacío legal que ocurre en estos casos. Estos “barrios” se rigen mediante la ley de propiedad horizontal, que específicamente apenas trata temas de condominio, densidad y subdivisión de edificios altos. Cómo se vincula un edificio con un country va más allá de toda lógica, y apenas puede verse como una vaga metáfora desde el punto de vista jurídico y legal.
Además, ¿qué ocurre cuando la trama urbana regular crece hasta encontrarse con estas urbanizaciones? En principio, una coalición. Pero luego viene lo peor, pues en ningún momento plantean una posible apertura para adaptarse a las futuras tramas urbanas. Esto es un grave problema que hace incidencia no sólo en la geometría del tejido urbano, sino en los aspectos sociales, técnicos, ambientales, jurídicos, etc.
Tampoco resuelven como tratar los cuerpos de agua, ya sean lagunas, lagos, ríos, arroyos o mares. El espacio público, las cargas sociales, los servicios y la infraestructura urbana y cultural, lo administrativo, etc. Todos estos temas son pintados del mismo color y aprobados sin siquiera un análisis previo. No hay proyección al futuro, por lo tanto no hay visión de lo que vendrá. Y un buen Plan Ambiental y Urbano debe contemplar su impacto a más de cien años. Un edificio supuestamente tiene una vida útil de cien años, ¿cuántas ciudades hay que superan los milenios acaso?
Como último quiero aclarar que no estoy en contra de estas urbanizaciones especiales, y que con una adecuada instrumentación legal en ejercicio, un consenso adecuado y un plan integral y efectivo estas urbanizaciones podrían perfectamente comenzar a aparecer, enriquecer y hacer progresar adecuadamente a la ciudad, y por ende a la región. No son temas menores, y se precisa tiempo para revisarlos crítica y profundamente. Porque no se trata de nosotros, de nuestros bolsillos y de nuestros deseos únicamente. Se trata de las generaciones futuras, del bienestar general y del bien común perpetuo a la que toda ciudad debe aspirar.
¿Qué pasa entonces con este cambio de zonificación? Es muy sencillo, a partir del nuevo trazado de la vía los terrenos pasan a ser rurales, con lo que se da permiso para proyectos de urbanizaciones especiales como los clubes de campo y los barrios cerrados. ¿Cuál es el dilema? Que estos tipos urbanísticos tienen dudosa procedencia y ya han cosechado demasiados fracasos como para que, ahora, se intente seguir propagando este mal. Desde una vista aérea, estos “barrios” producen manchas que bien visto como un médico que analiza una muestra de sangre podría llamarlas un virus o cáncer maligno.
Es que, de acuerdo a nuestra historia y tradición, estos sistemas urbanísticos en nada responden a lo que nuestra región requiere. De hecho, ignoran tantos temas que inmediatamente convierten sus límites en barreras de fuerte impacto, tanto social, urbano y ambiental. Segregación, discriminación, ilegalidad y futuros problemas solamente han traído todos los ejemplos que hoy colman el norte del conurbano bonaerense, desde Tigre a Pilar. Esto es lo que ahora, mediante este cambio de normativa, se está invitando a “vender” en suelo de nuestro partido. Suelo con una rica historia, una marcada tradición y una forma de hacer las cosas que hace bastante tiempo se viene ignorando.
Esta medida termina “descuartizando” lo poco de colonial que queda en Chascomús y sus alrededores, pues el impacto que producen estos complejos atropella y demanda tanto del entorno inmediato que termina socavándolo y saturándolo a niveles negativos ya conocidos y demostrados. Autopistas, villas miseria, inseguridad y un redundante mal negocio a largo plazo son algunos de los puntos que prácticamente garantizan estas medidas. Y ahí entramos en la diyuntiva de lo que depara el progreso. Porque si “progresar” genera irregularidades de todo tipo, problemas de divergencia social y caos entonces es preferible no invitarlo a entrar.
Todos queremos que Chascomús crezca y evolucione, pero hay que intentar que eso suceda de manera favorable a todos. Esto es lo que se está dejando de lado, en vísperas de fomentar un formidable negocio que de hecho nadie sabe si será así.
Personalmente no voy a dejar de trabajar como arquitecto si todos los pedidos que me llegan son para estos barrios cerrados, pero como arquitecto debo comunicar que hay errores severos que estamos cometiendo por negligencia.
Ahora bien, al comunicar esto ya reiteradas veces dejo en claro que la negligencia no viene de mi parte ni de muchos colegas que han aplaudido ciertas decisiones, hoy obsoletas, del Consejo Deliberante mostrándose al menos extremadamente preocupados por la forma drástica y poco revisada en la toma de decisiones a nivel urbano.
Para entrar en detalle y justificar lo hasta ahora expuesto, inmediatamente hago referencia al vacío legal que ocurre en estos casos. Estos “barrios” se rigen mediante la ley de propiedad horizontal, que específicamente apenas trata temas de condominio, densidad y subdivisión de edificios altos. Cómo se vincula un edificio con un country va más allá de toda lógica, y apenas puede verse como una vaga metáfora desde el punto de vista jurídico y legal.
Además, ¿qué ocurre cuando la trama urbana regular crece hasta encontrarse con estas urbanizaciones? En principio, una coalición. Pero luego viene lo peor, pues en ningún momento plantean una posible apertura para adaptarse a las futuras tramas urbanas. Esto es un grave problema que hace incidencia no sólo en la geometría del tejido urbano, sino en los aspectos sociales, técnicos, ambientales, jurídicos, etc.
Tampoco resuelven como tratar los cuerpos de agua, ya sean lagunas, lagos, ríos, arroyos o mares. El espacio público, las cargas sociales, los servicios y la infraestructura urbana y cultural, lo administrativo, etc. Todos estos temas son pintados del mismo color y aprobados sin siquiera un análisis previo. No hay proyección al futuro, por lo tanto no hay visión de lo que vendrá. Y un buen Plan Ambiental y Urbano debe contemplar su impacto a más de cien años. Un edificio supuestamente tiene una vida útil de cien años, ¿cuántas ciudades hay que superan los milenios acaso?
Como último quiero aclarar que no estoy en contra de estas urbanizaciones especiales, y que con una adecuada instrumentación legal en ejercicio, un consenso adecuado y un plan integral y efectivo estas urbanizaciones podrían perfectamente comenzar a aparecer, enriquecer y hacer progresar adecuadamente a la ciudad, y por ende a la región. No son temas menores, y se precisa tiempo para revisarlos crítica y profundamente. Porque no se trata de nosotros, de nuestros bolsillos y de nuestros deseos únicamente. Se trata de las generaciones futuras, del bienestar general y del bien común perpetuo a la que toda ciudad debe aspirar.
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