El otro ángulo

Nunca fui buen jugador de fútbol. Nunca me gustó jugar al fútbol. El tiempo en que lo hice fue porque me obligaban (literalmente) mis amigos. Realmente disfrute hacerlo entre los cinco y trece años, luego fue un tormento. Jamás supe pararme en una cancha, ya sea de cinco de ocho o de once. Cada vez que me tocaron una pelota, de ningún modo pude hacer algo interesante con ella, más que patear (con la zurda) a la cabeza de algún compañero, o en esos días de suerte, al arco.

Hubo un tiempo en el que no se terminaba un partido sin que yo cometiera un gol en contra, en serio. Suena decepcionante pero era así. Mis amigos no decían nada, sabían, estaban convencidos de que no lo hacía apropósito, créanme que cuando uno hace un gol en contra nunca lo hace adrede. Como mi posición en la cancha nunca fue algo muy certero, por mi mal desempeño como jugador, me ubicaba bien atrás por la izquierda. Mal, recuerden que era zurdo. Pero ahí estaba: tirándome a la pelota (con la posibilidad de pasar de largo), trabando bien fuerte, corriendo a ningún lado y cosas por el estilo.

Promediando los partidos, como un axioma caprichoso, venía una pelota alta y maliciosa en dirección a mi cabeza, pecho, hombro, rodillas, pies, manos…
Siempre me las arreglaba para sacarla, vaya a saber de que misteriosa y fallida manera, que por desgracia, terminaba clavándola en el ángulo del arco que le tocaba defender a mi arquero. El gol en contra, todo un fracaso futbolístico del que fui victima por muchos años.

Como podrán imaginarse, nunca tuve un jugador con el cual identificarme. Por suerte desde el domingo esto cambió, ahora se puede decir que mi estilo es el de Ayala. Y no crean que esto es una crítica al ratón, no. Me sentí 100% identificado cuando esa pelota rompió las redes del arco del Pato. El ratón Ayala me hizo acordar a mí. Que este sea entonces un homenaje a él y a todos los que en algún momento la clavamos en el ángulo, el otro ángulo. A propósito, se despidió de la selección. Se merecería un partido final.