martes, septiembre 06, 2011

Rockgate


Hace algunas semanas observé correr vía cut & paste en los muros de varios usuarios de Facebook, una leyenda que, palabra más palabra menos, rezaba o insinuaba algo así como que todos los músicos que tocasen en un lugar determinado (bares, clubes, etc) deberían exigir si o si una paga por parte de los propietarios u organizadores. El manifiesto, cuyo origen se desconoce, no daba más explicaciones, era así de contundente. Esto, y algunos artilugios (por no decir estafas) que me tocó sufrir por parte de dos músicos a través de SADAIC, me deja pensando en la gran confusión que existe en el momento de un recital y el circulo vicioso que este despliega: músico, organizador, propietario, sonidista, etc. Estoy hablando de lugares chicos y de bandas pequeñas, lo que daríamos en llamar según las épocas, los gustos y las modas: underground, under, independiente, indie y otra vez, etc. Hace poco también leía en Facebook una discusión que se generó en torno a un festival que se está organizando donde se invita a participar a todas las bandas que quieran hacerlo. El conflicto aparece cuando algunos músicos locales se ven molestos porque para intervenir cada banda debe abonar cincuenta pesos. El organizador se defiende alegando que es un festival independiente y que esa es la única forma de poder solventar los gastos que ocasiona, por ejemplo, el sonido. En dicha escaramuza, que reverbera en más de treinta comentarios, de nuevo olfateo cierto desconcierto. Está claro que un músico para tocar no debe pagar, como mínimo debe salir hecho. Pero también es super conocido eso de que en Bs. As. y en La Plata la mayoría de los lugares les cobran a las bandas, o les hacen vender cierta cantidad de entradas que para el caso es lo mismo. Algunas aceptan felizmente, otras no tanto, y otras ya no se dejan tocar el culo y salen en busca de otras ciudades como la nuestra por ejemplo. En Costa Barcelona, un lugar que de a poco (con todo lo que implica existir en Chascomús) se esta haciendo y que es el único que propone una banda todos los fines de semana, aunque algunos sigan diciendo que no hay movida rock y cosas por el estilo, lo que le proponemos al músico es llevarse la recaudación completa de las entradas. Se supone que la banda es quien lleva a la gente, el lugar ya lo tienen. Algunos aceptan, otros tienen otras exigencias las cuales si podemos las aceptamos y sino lo dejamos para la próxima. Y así se va armando la agenda con bandas locales y también de otras latitudes. La banda nunca se va con las manos vacías, esto siempre y cuando esté la posibilidad de cobrar una entrada, es decir, cuando el recital es adentro. Cuando es afuera la cosa es distinta porque el acceso es libre y se requiere un sistema de sonido importante. Pero jamás le cobramos un peso a las bandas, entendemos que hay otras formas de sustentar un recital desde la organización, por ejemplo: los sponsors.
Glastonbury, uno de los festivales más prestigiosos del mundo, empezó bien de abajo. Los organizadores eran dos campesinos que decidieron poner sus hectáreas a disposición de un festival donde se convocaba a bandas under (en ese momento) y así se juntaba a gran cantidad de fanáticos que asistían año a año hasta que se convirtió en lo que es hoy. ¿Cómo lo sostuvieron en el comienzo? Con sponsors. ¿Cómo se sigue sosteniendo hoy? Con sponsors. Jamás ninguna banda pagó una libra. Y hoy, las grandes bandas que pasan por allí, cobran los cachets más exorbitantes que puedan imaginarse. Lamentablemente está establecido como normal que una banda pague, no debería ser así, como tampoco los organizadores y propietarios de lugares no deberían comerse el garrón de tener que lidiar con músicos que se escudan detrás de la tan dudosa (por su irregular manera de trabajar) e hipócrita (por cohechos que se le han comprobado) sigla SADAIC. De cualquier manera también habría que revisar que es lo que quiere un músico a la hora de tocar, hacia donde apunta definitivamente. Y que es lo que quiere un organizador cuando lleva adelante un festival. La cosa está tan confusa que da la sensación de que o nos salvamos todos o nos matamos todos. Si nos fijamos arriba tiene razón Sergio Rotman cuando dice que los que manejan las multinacionales son unos capos porque lograron convencer a la industria y sacaron a los músicos del negocio. Para poder cambiar esta siniestra realidad habría que empezar de abajo, pero primero, fundamentalmente, habría que ponerse de acuerdo.

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